¡Las manos quietas! (Enredos con la ley 3) by Ruth M. Lerga

¡Las manos quietas! (Enredos con la ley 3) by Ruth M. Lerga

autor:Ruth M. Lerga
La lengua: spa
Format: epub
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2021-01-03T08:15:00+00:00


***

Una hora y media más tarde la mesa estaba llena de platos vacíos, de varias botellas de vino también sin contenido, y la conversación fluía alegre. Alguno llevaba una copa de más. Isa sentía que la cabeza le flotaba un poco, se sentía bien y le gustaba el aspecto de su jardín, lleno de risas y diversión.

—Propongo que los chicos hagamos un viaje a la cocina ya que la fiesta la han preparado las chicas —dijo David, mirándola para pedirle permiso.

Esta asintió y se quedaron cómodamente en sus asientos mientras ellos se encargaban de despejar la mesa.

Aitana se levantó:

—Debería empezar a preparar cafés.

—Saca la cafetera y las cápsulas aquí y que cada cual se prepare lo que quiera —propuso Isabel, pragmática.

Laura la detuvo.

—¡Eso también pueden hacerlo ellos! —Sonrieron todas—. Mientras, nosotras nos podemos acabar el vino en un último brindis.

—¿Por Alberto? —propuso Aitana, insegura.

—¡Y una mierda! —la corrigió Isa—: Por nosotras.

—Creo que este será el principio de una gran amistad —bromeó Paula.

Incluso Ana, definitivamente tímida, reía.

Ya con el café pusieron algo de música, la que solían bailar, sin más intención que escucharla de fondo. Poco después «inauguraron» la pérgola y Juanjo se ofreció para hacer de camarero para todos.

Aitana cuchicheaba con Isa sobre su prima, que parecía no tener nada que ver con la joven que recordaban. David las observaba de lejos con curiosidad.

No, no era verdad. Se comía con los ojos a la pelirroja. Solo una vez la había visto con el cabello suelto, cuando tuvo que quitarle la goma del pelo para cachearla, y se moría por volver a pasar los dedos por sus mechones. Llevaba un vestido blanco que parecía, en realidad, una camisa de hombre hasta las rodillas anudada con descuido pero que debía de ser de alguna tienda carísima, porque le sentaba a la perfección, como si hubiera sido hecha a la medida de su cuerpo —uno cuyas curvas sus manos recordaban bien— y unas sandalias con un poco de altura.

Cuando salían a bailar solía vestirse de un modo más sofisticado. Esa noche, en cambio, le parecía el erotismo hecho mujer. Y si no dejaba de beber acabaría haciendo alguna estupidez, así que pasó de la primera ronda de gin-tonics, prometiendo unirse en la siguiente.

Contención, se prometió.

A la tercera ronda algunos bailaban ya, otros se mantenían en los cojines, que habían dejado en el suelo en un rollo muy chill out, usando uno de los bancos, ahora desnudo, a modo de mesa.

Todos destilaban bueno rollo y no dejaban de hacerse fotos, selfies con caras raras, posando o haciendo el tonto.

—¡Hagamos un TikTok! —propuso Paula.

—Ni de coña, que Trump y los chinos nos espían —replicó alguien, haciendo reír al resto.

La tensión arancelaria entre ambos países, una cuestión de economía y nada más que eso, era cada vez más crítica y el presidente americano había amenazado con desconectar en su país cualquier dispositivo telefónico con tecnología china, afirmando que los espiaban a través de las cámaras.

David se aseguró una foto a solas con Isabel en un momento de sorpresa, tomándola por la cintura y dándole al click de la cámara de su Huawei.



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